Pregón de 1989 - Ramón Fernández Higueras

 

Ramón Fernández Higueras.

Nació el 9 de Mayo de 1907 en Rosario de Santa Fe (Rep. Argentina). Terminó el Bachillerato en el Instituto de Lugo en 1923. Pasó la niñez y la adolescencia a caballo entre Ribadeo y Argentina.

En la Universidad de Lieja estudió Matemáticas. En la de Grenoble se tituló como lngeniero Qulmico Papele­ro en 1932 y como Ingeniero Electromecánico en 1934. Se fue a la Argentina e hizo prácticas en la CHADE (Cia. Hispano-Americana de Electricidad). Volvió a España en 1935 pasando las vicisitudes de la guerra civil en Ribadeo. Y en 1949 volvió a Buenos Aires donde ejerció su carrera en calidad de Asesor Técnico en el Departamento de Construcción del Banco Hipo­tecario Nacional de aquella ciudad.

Moncho de los Enanos es un hombre movido por grandes afanes descubridores de tierras y gentes. Ver y aprender. Conoció lugares tan dispares como pue­den ser desde los paises americanos investigando las civilizaciones de Perú y Méjico, adentrándose en Tierra de Fuego y la Atlántida, con lo que se convertiría, en un gran admirador de la ingente colonización española en América, pasando por los países de la Europa Occi­dental incluso Suecia y Noruega, para terminar en Grecia, las Islas del Mar Egeo, Estambul y la Costa turca del Éfeso y Esmirna.

Es un escritor muy sensible. Publicó sus trabajos en varios periódicos y revistas, y de manera muy especial en los Semanarios de nuestra villa. Desde su jubila­ción, este gran solterón, se radicó en Ribadeo donde vive feliz contemplando la Ria que le apasiona.

 

ANO DE 1989

Ribadenses. Ribereños de la Ria. Forasteros. Señoras y Señores. Amigos todos:

Por intermedio de mi buen amigo Pancho Maseda y en nombre de la Comisión de Fiestas de Amigos da Gaita, he tenido el alto honor de ser designado pregonero de la Jira a Santa Cruz.

Yo no sé qué méritos habrán visto en mí estos señores y amigos ni en qué momento de debilidad acepté el encargo, lo cierto es que aquí me tenéis delante vuestro, en medio de una inmerecida expectación dispuesto a endilgaros mi perorata por la cual os pido con toda humildad seáis clementes.

Hace años, los pregones clásicamente se hacían de viva voz por las calles y las plazas de los Pueblos. Con un tambor y un cuerno de caza se anunciaba la presencia del pregonero y este con voz estentórea emitia el motivo de la inusitada convocatoria.

Asi, a la antigua usanza lo hacíamos los componentes del Teatro Univesitario LA BARRACA, que dirigia Federico Garcia Lorca, allá por los años treinta, cuando en gira por los maravillosos pueblos de España, anunciábamos que aquella noche en la Plaza del Pueblo representaríamos Fuenteovejuna o El Caballero de Olmedo de Lope de Vega o los Entremeses de Cervantes.

De igual modo debería yo por las calles y plazas del pueblo de Ribadeo ir anunciando que mañana, primer domingo de Agosto. se celebrará en el Monte de Santa Cruz la tan esperada y renombrada Fiesta de la Gaita, que originariamente iniciaron y patrocinaron aquellos dilectos y recordados amigos Don Carlos y Don Amando Suárez Couto.

Si tal hiciese yo, más de uno pensaria que Moncho de los Enanos volveuse tolo, pensando muy bien, pues yo ya no estoy para esos trotes. Felizmente las reglas actuales piden que nos centremos en este Teatro para que yo haga de pregonero.

Antes de entrar en materia. quiero aclarar, que aunque muchos los sabeis en este pueblo, que el tal Moncho de los Enanos soy yo.

Este mote de los Enanos que mis familiares y yo Ilevamos a cuestas hace más de un siglo, tiene su origen en mi abuelo paterno Don Francisco, que habiendo nacido en Ferrol fue relojero en este pueblo de Ribadeo.

Este abuelo, en su niñez, allá en su Ferrol natal. gustaba mucho del mar y se embarcó de grumete en aquella fragata acorazada La Numancia, que en uno de sus viajes tomó parte en un bombardeo en el Puerto de Callao en el Perú allá por los años 1860. Una caldera hizo explosion y le quemó las piernas de niño. Siguió creciendo, pero sus piernas se quedaron raquiticas. Fue un enano a lo Tolouse Lautrec y aqui en el pueblo corría un estribillo alusivo que decla:

Don Paco El Enano Fuerte y Barrigon con siete pulgadas de pantalón.

En Ribadeo siempre han proliferado motes y apodos graciosos, pero más vale no hablar de ellos. También a mi tío abuelo Don Ramón Gonzalez, que está sepultado con mi tia Doña Corona en la Capilla de la Orden Tercera, le Ilamaban Don Ramón del Pito. No se cuál es el origen de este mote ni tampoco qué pito tocaba Don Ramón.

Aclarados los motes, sigamos adelante.

Tengo que explicaros también que mis padres fueron lo que aquí Ilaman indianos. Casi todos los hermanos y yo nacimos del otro lado del Atlántico, por lo tanto me considero hijo de la emigración. Soy mitad sudamericano y mitad europeo, más español que europeo, mucho más gallego... y un enamorado de Ribadeo.

Heredé de mis padres el gusto de viajar. Con ellos vinimos y fuimos, fuimos y vinimos a través del Atlántico muchísimas veces. Habia mucho de aventura en aquel ir y venir, motivado siempre por la morriña paterna, que también heredamos, y muchos deseos de volver al pueblo de nuestras raices, a Ribadeo.

Yo por mi parte aún sigo yendo y viniendo, me considero un gallego aventurero de tantos que andan por el mundo.

Me encanta viajar y a través de mi ya larga vida he visto muchos países tanto de América como de Europa. Dios me ha permitido ver muchos lugares y paisajes hermosos y me he encontrado también con gallegos morriñosos en sitios extremos del mundo; y del paisaje y también algo de la morriña os hablaré hoy.

Debo deciros además, que hace años en una charla que di en el Instituto Laboral, hablé que yo habia tenido una escuela del paisaje, mejor dicho, una Universidad del paisaje y que esa Universidad la habían constituido Ribadeo, su Ría, sus montañas, sus pinares y también Figueras, Castropol, Vegadeo, las costas, el mar... en fin, todo cuanto la vista abarca y más, mucho más.

Con este patron como medida paisajistica, anduve por el mundo y seguí aprendiendo y también a distinguir, nunca a comparar, todo cuanto mis ojos veían.

En la composición del paisaje entran un sinnúmero de factores ambientales. No sólo lo forman las montañas, los rios, los árboles, los accidentes geográficos, las flores, los pájaros, lo forman también las viejas piedras de nuestros monumentos y por qué no, el sonido de las gaitas y los amigos... si, los amigos.

Un dia hablando con ese personaje ya hace algunos años desaparecido y que se llamó Claudio Pérez Prieto o sea Claudín de Doña Eudoxia, comentando con él la fuerza enorme y la fascinación que tienen las viejas piedras en nuestra morriña gallega cuando andamos por el mundo adelante, la fuerza misteriosa y emotiva de los santiños románicos gallegos... quedó pensativo... y luego, mirándome, me dijo:

—"Non che son as pedras nenín as que che emocionan, sonche os amigos"... iY que enorme razón tenía en esto de los amigos!. Claudín era un fervoroso practicante de la amistad y sabía también lo que es morriña ya que la había sentido en carne propia en sus andanzas por el mundo adelante. Amaba también mucho el mar, muchos le recordaréis paseando por la costa y siempre pendiente de los aconteceres de la Ría.

La morriña gallega y la saudade portuguesa tienen un mismo origen, las añoranzas de la amada tierra lejana.

La saudade es suave, dulce, nostálgica es como un nostálgico y Iánguido fado. La morriña es dramática, nos acomete de súbito, es lacerante y hace que el corazón nos duela. Basta un hecho fortuito, un poema, una flor, un aroma olvidado, una vieja postal, para que se desate el recuerdo alucinante. Es como el arranque estridente de un sonido de gaita.

Recuerdo que en el lejano Sur de mi país, en Tierra del Fuego, conocí un personaje inolvidable, un viejo marinero de Sanxenxo, poseía una pequena fábrica para envasar mariscos, conocía el inhóspito y frío Canal Beagle y todos sus recovecos mejor que las mismas autoridades maritimas argentinas y chilenas, tanto que recurrian a él para que los asesorara en caso de cualquier siniestro marítimo. No en vano con sus hijos lo había recorrido a remo en busca de mariscos. Bueno, pues aquel hombre de aspecto rudo, con su gran planta de hombre fornido, su hermosa cabeza blanca y sus luengas barbas, después de mucho hablar y relatarnos lo durísima que era la vida en aquellas latitudes, de cómo soplaba el viento procedente del Pacífico, de las violencias de aquellos mares, de una isla donde Ilovía eternamente y de otra donde iban a morir las ballenas, pues bien, alIí, en su casita de madera forrada exteriormente de chapas de zinc, nos invitó con su hospitalidad gallega a compartir su café y su mate y, ante mi asombro, empezó a recitar poemas de Rosalía.

Nunca pense que aquellos simples versos calaran tan hondo.

—Adiós ríos, adiós fontes, adiós regatos pequenos, adiós vista dos meus ollos, non sei cando nos veremos...

Todo eso alIí, en aquellas latitudes inhóspitas, en aquellas inmensas soledades, tan lejanas de Galicia, tan lejanas de su Sanxenxo natal. Fue para mí un personaje inolvidable. Se Ilamaba Celso Otero y era muy respetado y querido en aquella ciudad e Ushuaia que es la más cercana al Polo Sur.

En esa misma Tierra de Fuego, en una gran tienda que allí llaman de "Artículos generales" donde venden de todo, desde garbanzos, hasta maquinarias agricolas y motores y cuyos propietarios eran gallegos, un amigo ganadero y yo fuimos a visitarles y estando charlando con ellos, sucedió algo insólito para mi. Un señor que resultó ser un viajante de comercio me preguntó:

—Oiga Vd. que está hablando de Ribadeo. ¿Conoce Vd. a Manolo de La Bugalla?.

De Manolo Estévez se trataba. Como podéls suponer no pude menos que largar una sonora carcajada.

También un humilde arbusto espinoso fortuitamente me produjo un momento emocio­nante. Esta vez fue sobre las costas chilenas del Pacifico en la bahía de Valdivia. Estaba contemplando una isla y un faro, un viejo fuerte de la época de los españoles y un cabo que se adentraba en el mar, cuando a mis pies reparé en una inusitada planta. Era un toxo, un toxo repoludo y más toxos, toxos que no había vuelto a ver desde que saliera de Galicia...

Senti una intensa emoción e inmediatamente como por arte de magia aquel paisaje se transformó para mí en la Ría de Ribadeo. Aquella isla con su faro, era la Isla Pancha, aquel fuerte era el de San Damián y aquel cabo que se adentraba en el mar era la Punta de La Cruz. Mi morriña, mi morriña ribadense, me estaba produciendo aquel espejismo... Situaciones análogas podría recordar de aconteceres parecidos, pero no quiero ser tedioso.

Volvamos al tema del paisaje. Hay algunos como los de Bretaña en Francia, los de Cornualles en Inglaterra y los de Irlanda en sus costas recortadas y en sus montañas que se parecen a los de Galicia. Igual vegetación, no tan exuberante y hay también toxos repoludos.

Se suele hablar de la similitud de esta Ría nuestra de Ribadeo, con la de alguno de los fiordos noruegos.

Son parecidos unicamente en que largos brazos de mar se introducen profundamente tierra adentro.

Más que rías se podria decir que los fiordos noruegos son gigantescos y sinuosos desfiladeros con paredes altisimas muy grises y lisas de origen glaciar. El mar es de un verde turquesa limpio y transparente, tranquilo como un espejo, donde se reflejan los colores brillantes de las embarcaciones. Las paredes son tan altas. que hay que levantar mucho la cabeza para ver el azul del cielo. Estos fiordos son para nosotros un tanto sombrios y fantasmales. Se me figura que los poemas sinfónicos de Grieg están inspirados en estos espectáculos impresionantes.

Nuestras rías son diferentes, son alegres, tienen sonidos de gaitas. Las laderas son suaves, onduladas, con vegetación exuberante y una gran gama de colores luminosos y cambiantes según las nubes del cielo. Y esta ría, la nuestra, es la única en la cual se pueden ver enmarcándola cumbres nevadas en invierno.

En general todo el paisaje del norte es riquisimo en tonalidades que lo diferencian del resto de España. Esto no quiere decir que los del resto de España no sean también muy bellos. Hay paisajes roqueños, sobrios, secos serenos, que nos emocionan porque están también preñados de historia y tradiciones como por ejemplo los de Castilla.

Hace años. en una charla que le oí en Buenos Aires al Marques de Lozoya, que fue Director del Museo del Prado, sobre parques y jardines, en ella sostenia, que los origenes de estos provenian de Persia y Arabia, países desérticos y ávidos de vegetación, que inclusive sus alfombras y tapices trataban de reproducir. Todos ellos haían sido introdu­cidos en España por los árabes y sobre todo dando origen a los maravillosos jardines de La Alhambra, El Generalife, los de Medina-Azahara en Córdoba, los del Alcázar de Sevilla, etc. etc., y de España habían pasado a inspirar y complementar muchos del resto de Europa. Posteriormente surgieron los jardines versallescos de Francia, Italia, Inglaterra. etc.

En estos parques y jardines se juega con masas y volúmenes de vegetación muy geométrica, con lagos artificiales, con aparatosas fuentes, con estatuas y jarrones de mármol, con cascadas simuladas...en fin, con muchos elementos decorativos que consi­guen efectos preciosistas que tratan de imitar la propia naturaleza.

Pero la naturaleza en si puesta a crear paisajes no tiene rival. La naturaleza es maravillosamente anárquica, no resiste que se la someta a limitaciones ni a cánones efectistas, en una palabra se resiste a ser esclavizada.

Los señores proyectistas de parques y jardines se sentirían apabullados si tuviesen que reproducir nuestros paisajes ribadenses. De vivir por estos parajes, los habitantes de los paises desérticos no habrían siquiera sentido la necesidad de inventar sus jardines.

Cierto es que la mano de Dios ha sido pródiga en repartir elementos constitutivos bellísimos que se conjugan en una increíble armonia, y yo pienso que a este rincón galaico­-asturiano, le ha correspondido un lugar privilegiado en estas tierras norteñas.

Sé que habrá muchos que piensen que exagero en mis apreciaciones, tal vez tengan razón, pero debo aclarar que así lo siento yo, y que siguiendo el pensamiento orteguiano esto forma parte de mi yo y mi circunstancia y me perdonáis si aquí libero yo mis propias intimidades... Este es mi paisaje. Este es mi ambiente, aquí he pasado horas muy placenteras de mi vida, aquí aprendí a vivir, a querer, a soñar, aquí se formó mi carácter, aquí tengo mi casa, mis amigos..., muchos se han ido ya... ¿Qué más puedo decir... ? ¡Pues que aquí tengo mis raices...!

Y debo confesar que cuando estoy en mi tierra americana (otra parte de mi corazón), hay días en que los toxos de mis recuerdos, los toxos de mi morriña me laceran el alma.

En fin, os vengo diciendo que son muchos los factores que intervienen en el paisaje y en el mío propio, no solo el mar, las flores, ese mirlo que me canta al amanecer, los santiños de piedra. los sonidos de la gaita, sino también los amigos...

¡Tengo muchos amigos!... Cuando salgo de paseo me doy cuenta de que Ribadeo es para mí una prolongación de mi casa. Siempre tengo que detenerme a saludar, a charlar, a comentar cosas del pueblo. Hay mucho señorío en las gentes, cualesquiera sean sus actividades o su profesión, ya sea en los muelles, en Porcillán, en mis amigos manineros o en cualquier otra parte del pueblo, hay finura y delicadeza en el trato y sobre todo un gran sentido del humor.

Eso si, no tratéis de daros importancia porque os caerá el pelo y corréis el peligro de que hasta os pongan un mote certero.

Ese conjunto de amigos, constituye el paisaje humano de Ribadeo, de este Ribadeo que me cala tan hondo, y en el que ya os habréis dado cuenta estoy perfectamente integrado.

En mis paseos, muchas veces solitarlo, voy reflexionando sobre todo lo que perciben mis sentidos, cualquiera sea el instante que estoy viviendo.

El aire, los vientos, los vendavales, el nordés fresco, o el noroeste Iluvioso, el mar apacible con sus reflejos espectaculares, el mar violento, tempestuoso, las corrientes de las mares, el juego de las nubes siempre cambiantes con las luces del sol tiñéndolas de inusitados colores, los amaneceres y los plácidos atardeceres, son todos aspectos muy diferentes que se combinan y se conjugan para hacer tan atractivos estos rincones ribadenses.

Jamás mis ojos pueden contemplar el mismo espectáculo. Jamás los efectos de luz son los mismos. Jamás el mar se comporta de la misma manera. Si en algún momento la marea baja nos deja ver los bancos de arena; horas después nos asombra con una invasion transparente de aguas claras azules o verdes.

El paisaje es dinámico unos dias, otros estático.

Es vital como los seres humanos, a veces no anda de buen talante. Ilueve, ventea con el vendaval desencadenado silbando entre los pinares, otros es pacifico como en los atardeceres plácidos en que el viento se queda y la mar parece un espejo reflejando colores y las siluetas de los pueblos vecinos. Luego cuando la noche se acerca, un silencio Ileno de poesia envuelve con un manto azul las Iaderas de las montañas y sus más recónditos lugares. A veces la luna Ilena rompe ese manto misterioso y asomándose por el lado asturiano riela luminosa sobre la ría con destellos dorados.

Y mis paseos solitarios evocan recuerdos..., recuerdos de toda una vida de muchos años... Una piedra en la Rocas Blancas de ViIIaseIán, donde antaño me iba a bañar, el aroma de pinos resinosos, la sirena de una pesquera entrando en la ría, hacen desfilar por mí mente instantes pasados, figuras desaparecidas, viejos amores, hechos singulares, pequeños dramas ya casi olvidados. A veces echo de menos el ríí raa de los carros de vacas y sus ecos románticos y milenarios, otros es el rechiflar de aquella locomotora del ferrocarril minero de Villaodriz que trabajosamente resoplaba en las cuestas arriba y alegremente y desbocada se Ianzaba con sus viejos vagones cuesta abajo.

Hace unos días bajaba despacio la cuesta de Porcillán cuando una bocanada de aire templado me trajo el aroma húmedo y sabroso del mar. Esa bocanada de aire templado me trajo el aroma húmedo y sabroso del mar. Esa bocanada de aire fue tamblén un factor desencadenante del recuerdo... Me vi corriendo y saltando por la cuesta abajo camino de la ría, con mis zapatillas blancas, ligero de ropas y ml bañador baja el brazo... Y oí la voz de aquella maravillosa mujer, amparo de tantos niños, aquella vieja tapiega que gritaba hacia el mar:

—1Penoucos!... Espera iQué che vai Moncho Dos Enanos pra embarcar na lancha...!

Y siguiendo mis pasos, a veces pienso que soy una especie de Colasín dos Paus.

Muy pocos sabréis quién era Colasín, porque ya hace muchos años que desapareció de este mundo.

Colasín dos Paus era un mendigo tolo que aparecia de vez en cuando por cualquier camino. Venia por Santa Cruz, por El Alto de los Pinos, por la Villavieja o por la costa.

Su venida siempre sorprendía, más aún a los niños a quienes asustaba por su aspecto extraño. Era corpulento y su negra cabellera y sus barbas se fueron encaneciendo al través de los años.

Su locura consistla en ir recogiendo del suelo cuanto madero encontraba en su camino y cargandolos en sus hombros. También recogía astillas y ramitas que pretendía conservar en sus encallecidas manos; a veces cargaba grandes troncos que le encorvaban. A medida que caminaba iba tamblén perdiendo su carga, pero no se paraba más que para recoger los maderos que de nuevo le deparaba el camino.

En su juventud había sido náufrago de un barco que se perdió a la entrada de la bahía de La Coruña. Fué el único que se salvó de toda la tripulación. Apareció en una playa abrazado a un madero. De alli su locura, tomó su cruz que eran sus maderos y empezó su eterno carninar.

Yo no estoy tan tolo como Colasín, pero alguna chispa de tolura ribadense Ilevo en mis venas. En Ribadeo siempre abundaron los tolos, no en vano mi madre le decía a mi padre:

-Miráche Antonio, desenganáte, el vendaval tiene la culpa de los locos que hay en el pueblo.

Tenía razón mi madre, yo creo que somos muchos los que Ilevamos algo de vendaval dentro.

Yo no recojo maderos del suelo como Colasin, pero voy atiborrando mi mente con imágenes que voy grabando para que no se me olviden. lmágenes que son mis Ieños que voy guardando por si tengo que marchar lejos y verme privado de poder contemplar mis panoramas ribadenses...

Senores, Ribadeo es una villa singular Ilena de mentes claras, con un haber de hombres ilustres triunfadores por el mundo adelante, tanto aquí en España, como en América.

Es un pueblo con tradición marítima que tuvo casas armadoras de barcos de vela que Ilevaron sus banderas y gallardetes al Báltico, a America y a Filipinas. Las casas del pueblo están aún Ilenas de recuerdos de epocas pasadas, porcelanas exóticas, muebles refinados, retratos antiguos de viejos familiares, románticos abanicos, vitrinas con caracolas...

Todavía hay grandes casonas seculares con sus escudos de antaño... Todo esto a grandes rasgos, pues no acabaría nunca con mis descripciones.

Es un pueblo progresista que ha cambiado muchisimo desde mis primeras visitas de niño. Hoy tenemos el Puente de los Santos que nos asombra por las perspectivas que nos ofrece desde su altura, aparte de su funcionalidad de acercarnos a nuestra vecina Asturias. Hay muchas y nuevas construcciones importantes. Se han remodelado calles y plazas, hay un alumbrado de bonitos faroles clásicos, tenemos agua abundante en nuestros grifos.

El Sr. Alcalde y sus ediles han conseguido adecentar uno de los paseos más bonitos, el del Faro que tantos años me han hecho sufrir. La Atalaya con los viejos cañones que con sus fidelignas cureñas armó Pepe Sela. La Fuente de los Cuatro Caños, los arreglos de la Plaza de Abajo, son todas obras que hay que agradecer al Ayuntamiento por su buena disposición. Aún no he podido digerir bien lo que están haciendo en los puertos con tanta acumulación de materiales. Las explicaciones de mis amigos marineros no están siempre de acuerdo. Tal vez sea que mis entendederas no están ya muy claras.

En fin, volvamos al pregón y perdonadme mi perorata, no quiero entreteneros más, salvo que os pido subais a Santa Cruz a la Fiesta de La Gaita, que no quedaréis defraudados de cuanto alIí veais. Uno de los más bellos y equilibrados paisajes se extenderá a vuestros asombrados ojos. Respiraréis aire purísimo, de los pocos que quedan sin polución. Llevad mucho que comer, muchas empanadas y buen vino. Bebed alegremente, cantad y bailad al son de las gaitas y regocijaos en el ambiente que os rodee, que estoy seguro será muy divertido, conforme a la tradición y buen humor ribadense.

Subid, subid todos a Monte de Santa Cruz a la Fiesta de La Gaita, que nunca os pesará. Llenaos bien los ojos de paisaje y, tal vez al atarcecer, desde allí arriba, veais las nubes rosadas del cielo reflejarse sobre un mar de plata bruñida y las siluetas doradas de Figueras y Castropol desvanecerse en el embrujo de la noche.

Moncho de Los Enanos

Verano de 1989