Pregón de 1995 - Loles Díaz Aledo

Pregón para a Xira de Santa Cruz de 1995 - Loles Díaz Aledo


 

UNA HISTORIA DE AMOR

Buenas tardes a todos y gracias por estar aquí. Gracias por haber venido a escucharme y gracia, especialmente, a quienes pensaron en mí para pregonar esta entrañable fiesta, la Xira de Santa Cruz, en este año en que nuestro Gaitero, el que sigue el discurrir de la vida de nuestro pueblo desde lo alto del monte cumple treinta años.

Sé que este es un acto relevante en la vida de Ribadeo y que por esta tribuna han pasado, a lo largo de dieciséis años, personas mucho mas importantes que yo, que no tengo otros méritos que ser ribadense de corazón y vivir, desde mi infancia, una bella historia de amor con este pueblo. Por eso, mis sentimientos en este momento están mezclados. Me alegra estar aquí, con Vds. Y me preocupa la responsabilidad. A pesar de que hace casi treinta años que el micrófono es mi compañero diario, hoy me siento como una primeriza. Y, en realidad, es que lo soy, porque nunca antes me he visto en el brete de pronunciar un pregón. Pido pues su benevolencia para esta pregonera inexperta.

Cuando, hace ya días, me preguntaba qué podría decirles hoy, llegué a la conclusión de que quizá lo mejor sería que compartiéramos todos juntos, un montón de recuerdos y nuestra esperanza en un futuro feliz. Así que, amigos, voy a contarles una historia de amor entre Ribadeo y quien les habla. Una historia tal vez similar a la vivida por muchos de Vds. Una historia en tres actos: el flechazo, la separación y el reencuentro.

EL FLECHAZO

Todo empezó cuando Ribadeo y yo non conocíamos más que con la imaginación. Mi padre tuvo la culpa. Siempre nos contaba cuentos cuando éramos pequeños. Pero en los suyos había siempre un personaje Parrulo, y un escenario para las aventuras: Ribadeo. Creo que Parrulo era un personaje real, pero él lo transformaba a su gusto para hacerle vivir aventuras que quizá eran las que él había vivido aquí durante su infancia. En las narraciones aparecían siempre la playa de Cabanela, la de las arenas, el muelle de Porcillán, el de Figueirúa, el matadero, el cargadero, los bloques, la farmacia Casariego, Casa Gayol, la isla Pancha, el Faro, Santa Cruz…

Probablemente aliviaba así su morriña cuando estaba tan lejos de su tierra.

Pero un buen día, ese barco que tantas veces habíamos visto salir desde el puerto de Melilla, nos acogió a nosotros en su gran panza y nos trajo a la Península. Nuestro destino luego, ¡no podía ser de otro modo!, fue Ribadeo. Yo tenía apenas siete años. Pero cuando llegué y ví con mis ojos todo aquello que ya conocía con la imaginación, el flechazo fue absoluto. Ribadeo y yo nos hicimos inseparables. Y en realidad, fueron tan solo siete u ocho años de intensa relación, pero a mi me parece que casi toda mi vida ha transcurrido aquí. Mucho tiempo después caí en la cuenta de que fueron años difíciles –estoy hablando de los años cincuenta y comienzo de los sesenta- pero para mí fueron muy felices.

Recuerdo con absoluta nitidez los escenario por los que transcurría mi vida ribadense por aquel entonces. Como esto lo describí hace algunos años en un escrito para el libro de las fiestas pasaré por ello de puntillas, para no alargarme demasiado.

Les diré tan sólo que eran fundamentalmente tres: mi casa, al final del pueblo, enfrente de las Granxeiras. Con Rosita, Isabel y Josefa viví aventuras inolvidables: descubrir el mundo a lomos de un mulo o en el carro de vacas. Conocer la maravilla que se encierra en una colmena, o el secreto para preparar un buen anís con guindas… por citar solo algunas cosas. Las muchas tardes pasadas allí, en la Granxa, tienen sin duda mucho que ver con que yo me sienta de aquí, de Ribadeo. Con que reconozca en mí el carácter gallego, incluyendo la melancolía, el ensueño y la morriña. Mi vida era también la escuela. Primero la de doña Manuelita, que siempre recordaré entrañablemente como mi maestra. Lugo, la Academia. Don Amando, Fernanda Sela, mi tio Salvador, D. Cándido, D. José el cura, de quien me molestaba que siempre nos hacía levantar para colocar a los niños en los primeros bancos, y a las niñas detrás, D. Luis…, y tantos otros, permanecen también en mi recuerdo. Y naturalmente, la ría ¡cuantos días habré pasado en aquella barquita de remos de mi padre! Yo remaba, él pescaba. Sobretodo robaliza. Porque en aquel entonces se pescaba. Pensar en la ría es también inevitablemente, evocar a los Tapiegos, a los Hermanos Busto, a Candao. Es recordar la aventura que era entonces ir a la playa de Figueras, cuando te llevaban y recogían en la misma playa, pero había que embarcar y desembarcar como se podía. Como mucho ayudados por un tablón que se movía con los vaivenes de las olas….

En aquel Ribadeo de mi infancia había una Coral Polifónica, cuya alma era Carlos Fernández Cid, y una banda de música que daba conciertos en el Campo, y grupos de gaitas. Aún hoy, cuando escucho el penetrante sonido de la gaita, tan adecuado para espacios abiertos, me vienen a la mente imágenes de romería, de alegría, de familias y amigos  ongregados en torno a buenas empanadas de longueirós, de bonito, de carne; en torno a torrillas de patata, buen jamón, buen chorizo, mejor vino y… al atardecer, el entornar de las canciones de siempre.

LA SEPARACION

Pero llegó la vida, con sus avatares y tuve que irme, quizá como tantos de Vds. Para estudiar. Me fuí lejos, casi a la otra punta de España, donde están mis otras raíces, junto al Mediterráneo cálido y luminoso. A Alicante, la tierra de mi madre.

Ribadeo y yo nos dijimos adiós con promesas de un pronto regreso.

-No te olvidaré.-le dije.

-Te esperaré.-me contestó.

Durante los años de estudio aguardaba con ansiedad el momento de volver. Y siempre era un reencuentro feliz. Con mi bicicleta recorría el pueblo para comprobar que todo estaba igual subía Santa Cruz, me acercaba al Faro, bajaba al Pósito donde trabajaba mi padre. Luego, las cosas se fueron complicando y los regresos se espaciaron cada vez más. Durante años apenas vine, pero en el fondo del corazón, allí donde se guardan las cosas realmente importantes, estaba Ribadeo, el de mi infancia, el de mis recuerdos. Una gaita colgada en la pared de mi casa alicantina, junto a una gran foto de la ria, consolaba mi nostalgia.

Pasaron los años y no sé si fue el convencimiento de que, a veces, buscamos en lugares lejanos lo que a lo mejor está a nuestro lado, o el nacimiento de mis hijas y el deseo de que ellas encontraran también aquí unas raíces, un sentido de pertenencia que es difícil tener cuando se nace y vive en una gran ciudad… el caso el que volví y se produjo el  eencuentro.

EL REENCUENTRO

Al llegar, me sentí extraña. Ribadeo era diferente, muy diferente. Donde yo recordaba prados y huertas había calles, muchas más calles, y pisos altos y mucha gente, para mí ya desconocida. Y otro ambiente.

-Has cambiado.-le dije.

-Tú también.-me respondió.

-Me gustabas más antes.-añadí.

-Yo también he vivido mi vida.-dijo.

Y, como en todas las relaciones interrumpidas, que quieren volver a ser lo que fueron, hubo sus más y sus menos. Queríamos empalmar con el pasado común, pero el tiempo, al pasar, había dejado sus huellas. Construir una nueva relación verdadera, que no terminara en divorcio a las primeras de cambio, requería tenerlas en cuenta.

El caso es que lo intentamos con empeño. No voy a ocultar que aquellos años me pareció que Ribadeo estaba parado, que no progresaba, que había perdido muchas cosas de ayer… sin poner otras en su lugar. Sentía, si me permiten la expresión, como una especie de sequía, de desánimo en la gente.

Pero, como les he dicho, ésta es una historia de amor, así que tras un período de incomprensión y rechazo, empezamos a entendernos y aceptarnos. Y fue entonces cuando hicimos un pacto.

Convinimos en que es agradable recordar el ayer, nos reconforta hacerlo. Cuando miramos una y otra ves las viejas fotografías de nuestra infancia non vienen a la mente un sin fin de anécdotas. Incluso, nos emocionamos. Pero esos ratos de nostalgia no pueden quitarnos ni el tiempo, ni las ganas de mirar hacia delante y avanzar. No pueden servir para frenar el presente, ni detener el tiempo. La vida de los pueblos, como la de las personas, es un ciclo y a cada etapa sucede otras. Nada bueno se logra llorando el ayer, pero tampoco borrándolo, como si no hubiera existido.

Los recuerdos deben ser un estímulo para luchar por convertir en realidad ilusiones dormidas, para alcanzar metas nuevas. Sabiendo que, en esa tarea, todos debemos y podemos participar.

Acordamos, pues, no olvidar nunca nuestras raíces, nuestro pasado, sino más bien, sobre ellas construir nuestro presente. Y en este marco de entendimiento, le he pedido a Ribadeo que siga siendo aquella villa señorial, marinera, cuna de navegantes, pescadores y mercaderes, que fue en el pasado. Que siga siendo aquella villa emprendedora que tuvo una Escuela de Pilotos que llevaban sus bergantines por todos los mares del mundo. Que conserve lo esencial, naturalmente con formas de hoy. Que acoja nuevas iniciativas pero con aquel espíritu, porque el ayer es nuestro más fuere anclaje hoy.

Es la explicación de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.

Le he pedido que sea esa casa familiar, a la que siempre podemos volver, para aprender aquí a contemplar un paisaje, a disfrutar de un paseo, a compartir la alegría de la fiesta.

Le he pedido que no sucumba a las tentaciones de éxito fácil, tan en boga. Que busque su camino, sin estropear lo que constituye su más valioso tesoro, su entorno natural.

Le he pedido que me siga ayudando a atrapar al paso, la sencilla sensación de vivir, y que vayamos juntos hacia el futuro, con el importante equipaje de nuestro pasado común. Sabiendo que el futuro nunca es una mera reproducción del pasado, pero que debe apoyarse en él. Es, lo sé, un difícil equilibrio, pero no un imposible.

Y no sé si forma parte de su cumplimiento del pacto, o es que yo lo miro de nuevo con ojos de amor, pero me ha parecido apreciar estos últimos años, un renacer de Ribadeo. Cada verano, al llegar, lo encuentro más vivo. Vuelve a tener Coral… y un coro de mayores que me llena particularmente de alegría y una banda de música que cuida y mima, que vuelve a dar conciertos en el Campo, y una escuela de baile y de gaitas, para mantener bien vivo lo más nuestro, para que nunca se pierda.

Y pienso yo, y permítanme que, por último, les haga partícipes de estos íntimos pensamientos ya que me han dado la oportunidad de desnudar mis sentimientos, que quizá es que vamos encontrando, juntos, nuevos caminos.

Quizá los ribadenses de hoy, incluyendo a quienes lo somos de adopción, de corazón, vamos comprendiendo que la vida es compleja, que las cosas nunca suceden a gusto de todos, pero que es fundamental aceptarnos y tolerarnos unos a otros.

Pienso, que quizá tenemos demasiada costumbre de descalificarnos, de criticar, de ironizar sobre aquello que otros hacen, olvidando que la acción más pequeña vale más que la intención más grande. Pero que hemos hecho, respecto a esto, un claro propósito de enmienda.

Pienso que podemos construirnos entre todos un futuro feliz, empezando por aquello que es más cotidiano.

Porque deseo que el presente de Ribadeo conserve lo mejor de ayer y lo supere, con el esfuerzo de todos.

En definitiva, que perdamos el miedo a envejecer juntos porque los viejos son los únicos que saben que la carera del tiempo hace grandes los árboles, buenos los vinos, eterna la amistad y profundo el amor, única forma de poder transmitir estos valores a nuestros hijos y nietos.

Amigos, feliz fiesta. Si el tiempo no lo impide, y con permiso de la autoridad competente, diviértanse, disfruten de la familia, la amistad, la buena mesa, nuestra música, nuestro rico y variado folklore. Acojan don su probada hospitalidad a quienes nos visiten, atraídos por la fama de la Xira de Ribadeo. Sean, seamos el mejor ejemplo de un pueblo unido,  olerante y vivo, que encara el mejor mañana, sin olvidar el ayer, ni a quienes lo hicieron posible.

Se lo deseo de corazón.

 

Ribadeo 5 agosto 1995